Nuestra historia
Cada espacio de la Casa de los Arcos guarda una parte de su historia. Este edificio, lleno de carácter y tradición, ha sido cuidadosamente restaurado para conservar su esencia y compartirla contigo. A continuación, te invitamos a descubrir cada rincón y lo que lo hace especial.
La Casa de los Arcos es mucho más que un hotel: es una joya arquitectónica con más de 250 años de historia, que ha sabido conservar el alma de las antiguas casas señoriales de Vélez Blanco.
Construida en el siglo XVIII, junto al puente del barranco, fue residencia familiar y símbolo de prestigio local. Su elegante fachada neoclásica y las reformas del siglo XIX reflejan el paso del tiempo y estilo de cada época.
Durante generaciones, sus diferentes plantas albergaron cuadras, lavaderos, bodegas, despensas y salones de recepción. Hoy, tras una cuidadosa rehabilitación sostenible, estos espacios se han transformado en habitaciones llenas de historia, donde la piedra, la madera y el mármol original conviven con el confort moderno.
El proyecto, llevado a cabo por arquitectos y artesanos de la comarca, respetó la estructura original, los materiales autóctonos y el carácter rural del edificio. Cada rincón, desde el patio que mira al Barranco de las Fuentes hasta el comedor de los arcos, conserva la esencia del pasado y la calidez de un hogar con calma.
Conocida a lo largo del tiempo como La Casa del Puente, Casa de los Arcos o Casa de los Bañones, esta construcción sigue siendo un testimonio vivo de la historia de Vélez Blanco.
Nuestro hotel se encuentra junto al Barranco de las Fuentes, un enclave que, a lo largo del tiempo, ha sido punto de comunicación y centro de la vida urbana de Vélez Blanco. Este lugar también marcaba los límites entre la influencia de los párrocos beneficiados de la villa y el dominio de los frailes franciscanos del Convento de San Luis, reflejando así la importancia espiritual y social que tuvo en siglos pasados.
Durante los últimos tres siglos, la calle donde hoy se ubica el hotel ha cambiado de nombre en varias ocasiones. En los primeros registros aparece como "Calle del Caño" o "Calle del Caño de Caravaca", nombres que hacían referencia al antiguo conducto de agua que recorría la zona. Entre los siglos XVII Y XIX fue conocida como "Calle de las Cruces".
En 1834, tras la supresión del convento franciscano, pasó a llamarse popularmente "Calle de los Cuatro Caños", hasta que en 1852 adoptó su nombre definitivo: Calle San Francisco, denominación que conserva hasta nuestros días.
En cuanto al terreno donde se levanta el hotel, el Libro de Memorias, que recoge las misas conmemorativas celebradas en el Convento de San Luis, menciona que el edificio se construyó sobre una obra pía fundada por doña Mencía Fajardo, hija del marqués, en el año 1592.
En el corazón del hotel se conserva un rincón lleno de historia: una antigua bodega donde el tiempo parece haberse detenido.
Las grandes tinajas de barro cocido que se observan en la imagen fueron utilizadas antaño para almacenar vino, aceite y granos, aprovechando su forma y el grosor del barro para mantener los productos frescos y protegidos de la luz y de los cambios de temperatura. Estas piezas, elaboradas a mano por artesanos locales, forman parte de la tradición doméstica de la comarca de los Vélez, donde era habitual que las casas contaran con pequeños espacios dedicados a la elaboración y conservación de alimentos.
Gracias a sus condiciones naturales de temperatura y humedad, este espacio sigue cumpliendo su función original y hoy se utiliza como bodega para conservar nuestras botellas de vino, manteniendo viva la esencia de la tradición.
Un rincón que une pasado y presente, donde la historia sigue respirando entre aromas de tierra, barro y vino.






